El arbolito
Había una vez un pequeño arbolito. A este árbol le
gustaba la compañía, le gustaba estar cerca de los otros árboles, hablar con
ellos, y contar lo que hablaba con ellos. Estaba rodeado de tantos de ellos que
se llevaba con todos por igual. Este árbol era más pequeño que ellos, por lo
que miraba a sus vecinos desde abajo. Él
veía como sus ramas filtraban la luz del sol a las diferentes horas del día.
Las luces entraban a medias y creaban patrones desordenados en formas de sombras
en su robusta frente, le ayudaban a refrescarse en el verano, y también a
encontrar refugio del frio del viento que castigaba en invierno.
Un día el pequeño árbol despertó,
y vio que los brutales rayos de luz entraban directamente y colisionaban contra
las puntas de sus pequeñas ramitas, el viento estaba más fuerte de lo normal,
sus hojas se movían violentamente causándole una picazón a la que no estaba
acostumbrado; le recordaba aquellos días de tormenta en los que ni siquiera sus
vecinos conseguían refugiarle del frio y de la soledad que este causaba. Cuando
por fin el fuerte sol se ocultó tras una pequeña nube blanca a distancia pudo
ver aquello que había ocurrido.
De alguna manera, se había
transportado, sus raíces ya no tocaban la de sus majestuosos vecinos, por más
que lo intentaba, pateaba y pateaba y no sentía contacto con ninguno de ellos. Sus
débiles raíces no eran aun tan sólidas como la de los otros de su especie, por
lo que era posible que le hubieran plantado en otro sitio. Aprovechó entonces
la sombra que le daba momentáneamente aquella generosa nube para mirar a sus
alrededores. Se giraba en sintonía, con la ayuda del fuerte viento, y usaba
toda su energía para mirar y mirar a su alrededor. Después de unas horas por fin reconoció algo.
Ahí, a la distancia, quizás a unos veinte o treinta metros, se encontraban sus
habituales compañeros, sus viejos guardaespaldas, sus amigos.
El arbolito estaba tan enfadado
de haber sido separado de sus vecinos que intento con todas sus fuerzas
moverse. Lo intento y lo intento, por días. Su esfuerzo era tan inútil como lo
era intentar comprender porque había sido separado. Vio como los minutos
pasaban como las hojas que se marchitaban al caer el otoño. Su determinación
sin embargo permaneció intacta por varias temporadas, en las que se mantuvo fiel
a su ideal de volver con sus amigos.
Varios inviernos pasaron, notó
como los perros que jugaban a sus pies empezaban a envejecer, al igual que los
niños que los paseaban empezaban a madurar. Y fue así, poco a poco, con el paso
de los años, como el pequeño árbol dejo de intentar.
El esfuerzo de todos esos años le
había desgastado. Tanto tiempo había pasado intentando desplazarse, que su rama principal se separó en dos trozos
diferentes. Su tronco ahora se dividía en dos partes. El pobre y pequeño árbol
estaba muy triste. El solo quería estar con sus vecinos, quería volver bajos
sus ramas y hojas. Cerraba sus ojos y no podía entender porque había sido él,
el marginado.
Un curioso día de primavera, el
árbol estaba ahí, de pie, marginado como de costumbre. Cuando un pequeño saltamontes
que volaba por el cielo azul, se detuvo y se posó sobre la puntita más alta de
sus ramas.
¡Hola! - Exclamo el pequeño bichito.
El árbol le miró fijamente y se olvidó
contestar (después de tantos años muchos bichitos se habían posado sobre él.)
Tienes cara de triste – añadió, a
lo que el árbol de nuevo se olvidó de contestar.
¡No te preocupes! Todos tenemos
malos días, mañana será uno nuevo y ya verás que contento estarás. – el
saltamontes extendió las alas y echó a volar.
Días después el mismo insecto
volvió a posarse sobre él. Pregunto si podría esconderse entre sus ramas. El
árbol como de costumbre no contestó. Entonces el pequeño bichito se vio
obligado a decir:
¡Venga cara larga!
¿Cara qué? – contestó el árbol.
¡Eres un cara larga!
¿Encima que te doy refugio me
insultas?
Que no hombre, solo quiero
entender porque estas tan triste todo el tiempo. – dijo con tono dulce.
Estoy solo, me apartaron hace
años de los árboles, solo soy un árbol en medio de la plaza.
¿Solo un árbol? - Contestó el
grillito – ¿por eso estas así de triste? Eres el único árbol en el medio de la
plaza.
Ya, pero estoy solo…
Mmm… No, no lo estas, eso no es
cierto. ¡En ti viven hormiguitas, mariquitas, pájaros, lagartos y todo tipo de
organismos! ¿No lo ves?
Yo solo quiero estar bajo los
otros árboles.
¿Abajo? Pesaba que competíais por
estar más alto, no más bajo. – Exclamó con tono irónico el saltamontes. El
árbol miró al suelo mientras el viento movía sus despeinadas ramas con
suavidad. Entonces el bichito soltó:
Mira, a veces nos pasan cosas que
no podemos controlar, a veces, alguno de mis amigos pierden una patita, y a
veces muere alguno aplastado por una zapatilla. Lo único que podemos hacer, es
aprender a seguir lo mejor que podemos. Encontrar una razón. Mira, tú tienes
vista a toda la plaza, el resto de los arboles… ¡no la tienen! Tú tienes tu
propia sombra, la de ellos es un combinado de muchos árboles. ¡No lo sé! Solo
estoy pensando voz alta, pero quizás te movieron para repoblar el centro de la
plaza; tú eres la casa de muchos animales aquí. Debajo de ti descansan ese
joven y su perro que corren aquí desde que eran pequeños. O quizás, solo te
movieron aquí, para que aprendieras el valor de la fortaleza, el caso, amigo,
es que tú eres único en esta plaza. Tu labor es proyectar tu propia sombra,
algún día serás tú, lo que esos arboletes fueron para ti. Así que venga, no te
desanimes, que seguro que tienes más propósito en tu vida del que tú crees.
El árbol de repente se irguió más
que nunca, mirando hacia arriba convencido con las palabras del pequeño
saltamontes, y comprendió que él era único en esa plaza. Y comprendió que para
estar cómodo en la soledad hay que apreciarse a sí mismo, el arbolito miró a
los demás árboles que le miraban con admiración mezclados entre ellos, también le
miraban los bichitos y los pájaros que reposaban en él. Encontró entonces la
felicidad, dándole sombra, luces y colores a todo aquel se posaba debajo suya,
parejas, ancianos, niños y familias.
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